Un pequeño disclaimer: vas a leer algo un poco desordenado.
Esta es una serie de reflexiones completamente dispersas e innecesarias. Pero te advertí, ya estás acá. Esta carta es un mientras tanto se me ocurre algo bueno y coherente.
Escribo esto con la cabeza hecha un lío (literalmente, me cayó un portazo en la nuca hace unos días), un café cremosito, las noticias prendidas a todo volumen, y una mente que no consigue dormir.
Mientras cae una bomba en Irán, un peruano en Turín levanta un premio gastronómico. Veo todo esto desde mi celular en el camino a mi oficina de reflexiones innecesarias. No sé cómo sentirme, así que decido simplemente seguir escribiendo.
No es fácil hacer como si nada cuando prendes la televisión y escuchas sobre las vísperas de una guerra nuclear. Y al mismo tiempo, no es fácil no temblar en tu sitio y no salir a celebrar al ver a Mitsuharu ‘Micha’ Tsumura, en corbata púrpura y bufanda roja, recibiendo el aplauso de medio mundo porque Maido ha sido elegido el mejor restaurante del planeta.
¿Orgullo, confusión? ¿Todo a la vez? No sé si es raro alegrarse por un premio culinario cuando hay ciudades en ruinas. Pienso finalmente que es un consuelo que Perú, pese a sus grandes problemas, no cuente con armas nucleares, pero sí una gran artillería de platos gastronómicos que destruyen a cualquier enemigo del buen comer.
Celebré sin querer, yendo a Mérito en Barranco. La entrada estaba a medio construir, como si no estuviera lista para recibir a nadie. Pero adentro todo era lo contrario.
Tenía paredes de adobe con más de 150 años de vejez, un piso de piedra, y una cocina abierta hecha espectáculo. Los cocineros, vestidos de verde y de beige, se paseaban con la solemnidad de un terapeuta de spa. Aunque había música, todo tenía un ritmo particular. Los cuchicheos de la gente, los sonidos distantes de la cocina ajetreada, el sizzling de los platos hirviendo, y el crunch al comer una entrada extraña pero pintoresca. La carta estaba diseñada como un código: Choclo a la brasa. Mamey y cangrejo popeye. Panceta glaseada y arepas. Chirimoya, chirimoya, chirimoya. Lo leías en voz alta y parecía una serie de códigos de un espía ultra-secreto.
Días después y sin poder dormir, el museo Amano ofreció una distracción en una feria de arte bastante roots. Algunos artistas estaban ahí, parados frente a sus cuadros, como niños vendiendo limonada. Hablé con uno, Reinaldo Bisetti. Exponía su obra, “El Rey Falso.” Se expresaba con tanta pasión que me contagió por un momento.
El día siguiente caí en Crisol. Me llevé Retratos del jazz, de Haruki Murakami. Un libro que escribió años después de cerrar su bar en Tokio. Antes de escribir novelas, servía cocktails y escuchaba a los grandes. Me encanta pensar que todo empezó así: con un vaso sucio, un disco girando, y un hombre tomando nota mental de todo lo que no sabía que quería contar.
No tengo un jazz bar, ni vivo en Japón, ni sé pintar ni cocinar muy bien, ni he tenido la suerte de toparme con tantos artistas. Pero voy persiguiendo ese camino, para acercarme a la historia del mundo y conocerla a través de arte y personas.
En fin, confesaría que me encuentro en un limbo. Así que, inspirada por mi última compra literaria, estoy en modo jazz.
Improvisando sobre una estructura que apenas intuyo, dejándome llevar por lo que surge. Y sigo, entonando lo que puedo, buscando mi banda entre lo absurdo.
Entre tanto arte extraordinario y un caos aplastante, me entran las dudas de madrugada. ¿Tendrá sentido publicar mis cuchicheos entre tanto ruido? ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Para ser una mosca más en el oído de alguien que solo quiere entretenerse y olvidarse? o, ¿para incomodar a los más expertos lectores que se suscriben a Substack para leer a escritores serios como Malcolm Gladwell?
No sé.
Aunque parezca inútil, no puedo no hacerlo. Escribir para mí, para bien o para mal, es una compulsión.
Ya es domingo. La oficina de reflexiones innecesarias abre sus puertas, comienza a mandar sus cartas. En esta, concluye que cualquier forma de arte es un acto de fe. Entre la guerra, el caos y el estrés de la vida, la cultura siempre es una forma de resistirse a esas fuerzas que nos hacen olvidar de por qué estamos aquí.
Más arte, menos bombas. Más gastronomía, menos odio. Barriga llena, corazón contento.
Mientras tanto, voy descubriendo el mundo y encontrando las palabras correctas para describirlo. Como buena parlanchina, quiero hablar de todo, aunque ese todo suene improvisado.
El mundo siempre ha estado en guerra. Y aun así, alguien, en algún rincón, siguió escribiendo cartas, cocinando almuerzos, tocando un instrumento, y aprendiendo a bailar sin que nadie lo esté mirando.
Mientras tanto, la vida sigue. El show debe continuar.
Nos vemos pronto,
Inspiraciones (o, como diría mi abuela, “lo que me tuvo pensando esta semana”)
Para leer
What we know about US strikes on three Iranian nuclear site .BBC News. Artículo
Carta de Mérito - Ver carta
Sobre Maido - Sobre Maido
Para ver
Exposición de Wada Makoto. Contemporary Art Museum Kumamoto. Web del museo
Para escuchar
Duke Wellington – Rocks in my Bed. Ver en Youtube
Pascal Wintz – Jazz improvisations. Ver en YouTube
Excelente👏🏻👏🏻👏🏻🩵🩵